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Cromañón, relatos de una generación incendiada

por Marta Gordillo


Foto Roberto Fiadone


El 30 de diciembre de 2004 la historia de la sociedad argentina se partía en dos y las víctimas serían los jóvenes de entre 18 y 24 años, una generación que de la mano del rock quedó bajo el influjo de las llamas y el humo. No fue una o varias bengalas, aunque desencadenaron el incendio; no fue el espíritu agitado y transgresor de quienes fueron a divertirse en una noche de calor y quedaron atrapados en las redes de la coima y la falta de condiciones de seguridad del lugar.

Esa noche murieron 194 pibes y pibas y hubo más de 1400 heridos, quedaron secuelas físicas, psicológicas y culturales, en ellos y ellas, en sus familiares, y en la sociedad. Un hecho que no podía ser imaginado, pero que vino encadenado en un contexto de recitales que excedían los espacios posibles de la música, hasta tal punto que esa noche se sintió “algo raro” ya desde la previa y el ingreso.

Fue un infierno y una masacre. Esa noche y al día siguiente se vivieron momentos dramáticos adentro y afuera del boliche, en los hospitales, en cada casa de los 4.000 o más personas que asistieron al show y en la Morgue Judicial.

A medida que pasaba el tiempo continuaron los efectos de la tragedia con sobrevivientes que se suicidaron, con padres y madres que murieron por distintas enfermedades.

Años de organización y movilizaciones, reclamos, juicios y la sensación de lo perdido, del dolor, de la tristeza, de la falta de justicia, de la necesidad de preservar la memoria.

Relatos de sobrevivientes reconstruyen la historia, la propia, que es propia y es de todos, y la vuelven a pensar, hoy a 16 años, en una charla con Vertientes del sur.

Mientras tanto, un reclamo recorre el momento actual: convertir el lugar de la tragedia en patrimonio cultural de la ciudad porque “es parte de nuestra historia que no se puede borrar”.

“A mí me salvó la murga sino no sé dónde estaría ahora”

(Juan José Valiente, tiene 39 años y vive en el barrio porteño de Balvanera)

“A mis amigas con las que fui no las volví a ver. Recuerdo perfectamente todo lo que pasó esa noche desde que se prendió fuego hasta que se apagó y se formó humo. Pensé que me iba a morir quemado, luego se puso todo oscuro y vino el humo y ya no podía ver.

Todavía no sé cómo pude salir, logré ver a alguien con una remera blanca y lo seguí en medio de todo el bardo, y cuando estuve afuera me di cuenta que había mucha gente y mis amigas no estaban, pensé que estaban adentro, vi los pibes que sacaban y quise entrar pero no me dejaron. Estaba en estado de shock. Insistía en ir a buscar a mi amiga, la ‘Coneja’ que encima tenía un pie enyesado. Entraron ellos y la encontraron muerta. No podía ser, sentí como un mazazo en la cabeza.

Al otro día fui a la morgue a ver si estaba mi otra amiga; la habían sacado viva y murió en el hospital. Había ido con las dos, la Coneja estaba en la murga de Vélez y siempre me insistía que vaya.

Nosotros en realidad seguíamos a Callejeros desde que empezó pero éramos más de otro palo; esa noche en realidad fuimos a ver solamente a la banda soporte ‘Ojos locos’ y al terminar nos íbamos a ir a festejar fin de año, pero nos quedamos, son esas decisiones que uno toma.

Después tuve consecuencias en la salud, no tenía oxígeno en la sangre o algo así, me internaron al mes del incendio, tosía y sentía que me salía humo. Me dijeron que era posible que tenga humo, no estaba muy claro, me decían una cosa, después otra, los médicos no sabían bien que nos pasaba, lo mismo pasó con la atención psicológica.

Pasé por una bocha de psicólogos debido a mi estado de depresión, me estaba viniendo abajo; y como al año me llega una convocatoria de participar en un taller de murga de un grupo de sobrevivientes, en Chacarita.

Formamos una murga que se llamó ‘Los que nunca callarán’. Fue super liberador y contenedor. A mí me salvó la murga, fue un milagro, sino no sé dónde estaría ahora. La murga duró 4 años, cumplió su ciclo. Ahora estoy en Los Rotosos de Monserrat.

Después vinieron los juicios, 2009, 2014. Traumático escuchar todo, y además me molestó lo mediático, las mentiras de la tele, lo que decía la gente sobre Cromañón, que merecíamos morir, que había una guardería, cosas así. ¡Había tantos prejuicios!

Encima, yo venía con toda la experiencia del 2001, de haber salido a la calle, y fue un momento que también me hizo mierda porque perdí el laburo, mis amigos que se querían ir e incluso yo también lo pensé. Venía con toda esa carga, era un montón en la cabeza”.

Foto Télam

“Yo solo quería encontrar a mi hermana”


(Fernando Crivelli, tiene 38 años y es del barrio porteño de Lugano, su hermana Paola de 25, murió en Cromañón esa noche)


“Ese día llegué a Cromañón alrededor de las 19 para ingresar temprano y poder colgar las banderas, una vez adentro me encontré con mi novia Cecilia y un grupo de amigos con los cuales siempre íbamos a ver a Callejeros.

Todo iba normal, me había encontrando con amigos del barrio, conocidos mientras esperábamos el show soporte de Ojos locos; casi al finalizar esta banda me encontré con mi hermana y una amiga, les dejé mi mochila con mis pertenencias ya que ellas iban arriba y yo me quedaba en el campo.

Terminado el primer show todo era fiesta, alegría y la espera se hacía eterna pero finalmente llegaron las primeras estrofas de Callejeros, lo que todos estábamos esperando. Gritamos, cantamos esos escasos 2 o 3 minutos.

De pronto, todo se oscureció, se cortó la luz. Fue caos y griterío porque nadie sabía que pasaba, sin poder ver nada, la gente se chocaba, se caía y todo fue para peor.

Yo había ido los dos días previos y recordaba el lugar, agarré a mi novia y fuimos hacia la pared del fondo y desde ahí seguimos tocando la pared sabiendo que desembocaba en la puerta de ingreso pero llegar hasta ese lugar fue difícil, la gente se caía, hubo avalanchas, perdí las zapatillas cuando me quedaron las piernas atascadas en un bulto de gente.

Finalmente logré salir y sacar a Cecilia pero me faltaba mi hermana y todos mis amigos.

La calle era una locura, para donde mirabas había gente tirada, buscando agua, aire y también a sus amigos.

Yo solo quería encontrar a mi hermana, intenté entrar varias veces pero el humo tóxico era terrible y no permitía respirar, tampoco había luz.

Los bomberos tiraron abajo una pared y entré con una remera mojada puesta de pasamontañas para poder respirar, lo hice varias veces sacando gente que estaba tirada en el piso, y como no se veía las pateabas cuando intentabas caminar.


Foto Télam


En una de esas entradas pude de casualidad encontrar a mi hermana, en el piso sin reacción, la llevé con la ayuda de otro chico hasta la primer ambulancia que encontré, y de ahí fue una odisea llegar al hospital Ramos Mejía. Una vez ahí, llamé desde un teléfono público a mi casa y avisé como pude que había perdido a Pao y que yo estaba en el Ramos Mejía.

Después de eso no supe más nada, desperté internado, con mangueras conectadas a mi cuerpo. A los tres días de internado solo me dejaron salir para ir al velatorio.

Fue todo muy fuerte, las primeras semanas no quería salir de la cama, ni ver a nadie, de a poco fui reponiéndome, el apoyo de la familia y los amigos fue lo que me hizo salir adelante, no quería psicólogos ni ayuda que no fuera de mi entorno porque había pasado una mala experiencia estando internado.

Y mi cable a tierra era la murga Los Rayados de Lugano, mi hermana también estaba, y desde el 2005 nuestro estandarte es un ángel porque ella era directora de mascotas”.


“Después de esto me cuesta ir a lugares cerrados o con mucha gente”


(Christian Tambornnini tiene 35 años, es del barrio porteño de Parque Chas)


“Fui de casualidad, yo no escuchaba Callejeros, pero muchos de mis amigos eran fanáticos y los seguían a todos lados; me llevaron porque era el último recital del año. Éramos como 25, en ese momento estaba estudiando la secundaria.

Hicimos una previa y salimos para Cromañón. Cuando llegamos nos juntamos con otro grupo de amigos y a eso de las 22:30 entramos al recital. Había mucha gente, nos fuimos por un costado del salón, lo más cerca del escenario y esperamos ahí hasta que empezara el recital.

Alguien tiró una bengala y eso prendió una media sombra que estaba en el techo. La gente que estaba más adelante tardó más en darse cuenta de lo que pasaba atrás.

Al cortarse el recital todos intentaban salir por las puertas que estaban cerradas, lo que provocó una aglomeración de gente desesperada.

Foto del documental "Infierno Cromañón"


Ví que había un pasillo formado por una barra que daba directo a la salida, al intentar saltarla la gente se me empezó a colgar para poder pasar.

Desistí y volví al medio de la pista para ver si había otra forma de salir y me fui por atrás del escenario. Logré subirme pero ahí se cortó La luz, así que seguí caminando hasta que me caí.

A partir de ese momento no me acuerdo nada más. Aparecí afuera del boliche con una persona dándome agua y abanicándome con una remera, que me llevó hasta una ambulancia donde había 4 ó 5 personas. En el hospital Rivadavia estuve en observación hasta las tres de la mañana que me encontraron mis padres.

En ese momento entré en un estado de excitación, y me tuvieron que entubar e internar en terapia intensiva. Me trasladaron al Policlínico Bancario donde estuve en terapia hasta el 15 de enero, unos 14 días en coma inducido con respirador y 21 días en total. Tengo una pérdida pulmonar entre leve y media y algunos golpes, que no me impide tener una vida normal.

Después de esto, me cuesta ir a sitios cerrados o con mucha gente. Siempre miro los lugares donde entro por temor a que pase algo, busco puertas de emergencia o estar cerca de la puerta.

Es algo que uno nunca se va a olvidar, y a pesar de que pasaron 16 años todavía no se terminó judicialmente, y eso impide poder darle un cierre".


“La mayoría supimos esa misma noche que la vida sería distinta”


(Julieta Catán, 37 años, es del barrio porteño de San Cristóbal)


“Ese día salí a trabajar, pero con la mochila armada con jeans, musculosa y zapatillas topper porque a la salida del laburo tenía un recital, y nada podía superar en mi vida a la música ¡y si era en vivo mejor!

El calor de ese día fue insoportable, sin embargo yo me llevaba un jean para ponerme y si bien lo sufría sabía que no daba ir en calzas, ni en short, esa era mi forma de pensarme como mujer en ese entonces, iba sola y el ambiente se podía poner intenso, había que cuidarse al mango.

Ya me iba preparando la cabeza para la tremenda noche que iba a disfrutar, ¿después de todos que podía ser mejor que música en vivo para cerrar el año?

Llegué temprano y había, por sobre todas las cosas mucha gente alrededor del lugar esperando para entrar, haciendo la previa de todos los recitales, aunque claro siendo 30 de diciembre la previa tenía, además de lo común a otra previas, mucho ruido y mucho 'color'.

Recuerdo una imagen drástica que me hizo quedarme parada recalculando: mientras el colectivo de la línea 105 que venía por Mitre pasaba por la puerta de Cromañón un grupo de pibes les tiraba 3 tiros a las ruedas del bondi en movimiento.

Antes de las 9 decidí entrar a ver Ojos locos, una banda que también me gustaba. Era mejor conseguir un buen lugar para quedarme cómoda a mirar todo el recital, y el mejor lugar era arriba de frente al escenario, mientras más temprano pudiera entrar lo iba a encontrar más vacío así que eso hice.

En la puerta me crucé con amigos, conocidos, y sabía que había más gente que iba al mismo recital con la que pensaba cruzarme adentro si tenía suerte. Ese día de todos modos yo sabía internamente que era distinto a otros recitales de Cromañón. En la calle había demasiada gente, la gente estaba muy intensa, cebada, eufórica, y había algo en esa locura colectiva que un poco llamaba la atención. No me dio miedo, pero tampoco me dio confianza como otras veces.


Foto Télam


‘Sacate las topper nena’ me dijeron en la puerta, y “abrí la mochila”, me pareció irónico y hasta violento, había pirotecnia por donde mires, era imposible controlarnos a todos y además el trato, pero bueno yo no tenía nada así que hice lo que me pidieron, entré descalza y al toque me senté a acomodarme las topper. Y así subí, primer piso al medio, de frente al escenario, tal como lo había planeado, 5 minutos parada y ya sentía que me desmayaba del calor, baño, agua y más agua, había que aguantar, faltaba poco.

Sonó “Jijiji” y ésta es la segunda imagen gradaba en mi cabeza. La intensidad del pogo se multiplicó pero además ingresó un malón de gente y se escucharon tres tiros. Me asusté, esta vez en serio. Y la gente del lugar se puso ortiva de una forma especial.

Nos insultaron a todos: ‘¿Ustedes son pelotudos? ¿Qué carajo tienen en la cabeza? ¿No se dan cuenta lo que están haciendo? Vamos a terminar todos muertos como en la masacre de Paraguay, ¿son pelotudos?’

No, no éramos pelotudos, y como no éramos pelotudos a muchos nos llamó la atención ese trato, ese mensaje de ‘me pongo ortiva` pero en realidad es porque ‘tengo miedo’. La gente del lugar era el mismísimo Chabán hablando por micrófono, y el miedo de ese flaco proyectado en insulto hacia todos nosotros manera me quedó resonando en la cabeza.

Cuando el fuego se encendió, me dije, ‘esto no es diversión, yo vine a escuchar música y esto se fue al carajo’. Directo a la escalera, a bajar los escalones a los saltos. Me preguntaba ‘cómo llegamos a esto’ y de repente nos quedamos todos ciegos.

Los médicos dicen que me salvaron la vida tres cosas: Estar sola. No llorar ni gritar. Medir 1.56. Yo considero que me salvaron la vida tres cosas más: Ser mujer, tener miedo y reaccionar a tiempo.

Viví años sin poder soportar que me apaguen la luz; estuve con tratamientos, con seguimiento médico, con visitas de asistentes sociales.

Tardé dos años en dejar de tener ataques de pánico, un año casi de tratamiento con pastillas para dormir, sin poder estudiar y trabajando cuatro horas porque no podía tener períodos largos de concentración.

Salí esa noche como otra sobreviviente más, y al igual que la mayoría supimos esa misma noche que la vida sería distinta porque tendríamos que aprender de nuevo como vivir casi de cero, y no solo porque teníamos un dolor muy grande por superar, sino porque se la debíamos a todos los pibes que no salieron esa noche o que hoy ya no la pueden contar.

Cromañón es y será siempre un momento doloroso en mi vida pero también una enseñanza, me ayudó a contarle parte de mi historia a mi hijo de 12 años, me ayuda a enseñarle de una manera distinta a cuidarse, a estar atento, a escucharse a sí mismo”.

“Era una imagen de guerra”


Rubén Sosa (tiene 37 años, es de Parque Avellaneda, vive en Mar del Plata)


“Éramos pibes de 21, 22 años. Había ido con un amigo y ahí nos encontramos con otros pibes del barrio. Esa noche había un ambiente raro, me llamó la atención que nos hicieron sacar las zapatillas y hubo un cacheo más extenso que era raro en los recitales, después una vez que entrabas no te podías mover, era incalculable la cantidad de gente.

Nosotros estábamos arriba, de repente cuando empieza, uno baja y nosotros vamos con él, por eso cuando se prendió fuego quedamos atrás.

En medio de tanto quilombo tuvimos suerte porque la misma gente nos expulsó para afuera. Fuimos de los primeros en salir, y ahí entramos en un estado de shock, de no entender qué estaba pasando, era algo que no cabía, salimos y empezamos a ver que rápidamente la gente se organizó, se hizo un cordón de pibes que entraban y salían.

Primero fue una ambulancia, después colectivos que cargaban pibes y se iban.

Entramos con un amigo un par de veces, escuchabas gritos, tenías el agua medio por los tobillos, al rato todos cuerpos puestos en las plazoletas de Once, todos pibes de nuestra edad. Era una imagen de guerra.

Foto Sergio Paneu Pitrau


Recuerdo que después estaba en la puerta del hospital buscando a un amigo y una madre me dice: ¿viste a mi hijo? ¿vos sabes dónde está mi hijo?

Seguí un tiempo más en estado de shock.

No podíamos entender qué estaba pasando en ese momento si nosotros habíamos ido a divertirnos. No tenías la cabeza configurada para que algo así pudiera suceder, y eso que curtíamos bastante las bandas de rock. Íbamos a lugares para 200 personas y había 300, pero ese día se hizo todo mal, me revisaron más que de costumbre, pasaron un montón de cosas raras, la banda había tocado la semana anterior en Excursionistas para 15 mil personas y después viene a Cromañón, un lugar para 2000 personas, era todo raro.

Y lamentablemente creo que no nos dejó enseñanzas, no dejó otra cosa que dolor, familias partidas, pibes que perdieron la vida. ¿Que se cambió de raíz? Nada.

Al poco tiempo yo seguí yendo a recitales pero lo primero que fichás es la salida, te queda esa sensación como un reflejo, fue un momento muy doloroso, una tristeza tremenda.

Ese lugar me gustaría que quede como un espacio de la memoria, es la única manera de tomar conciencia, y eso no se hizo, no veo una síntesis positiva. Tendría que ser un lugar donde se pueda recordar, tener presente y reflexionar para poder cambiar algo”.


“Marcó la historia de la ciudad y de toda la sociedad argentina”


(Mariano Otero, tiene 35 años y es del barrio porteño de Pompeya)


“Tenía 19 años y trabajaba. Ese día le pedí permiso a mi jefe para ir a ver a Callejeros. Al día siguiente fue a mi casa a ver si estaba bien. Yo no tuve secuelas, pude salir entre los primeros que fuimos empujados por la marea de gente.

Había ido con mi amiga y el hermano, unos años más grande, los tres pudimos salir, el humo era muy pesado, súper tóxico, se sentía muy fuerte, y en la entrada se amontonaban los cuerpos que dejaban los bomberos y de afuera los pibes los sacaban.

Ese día marcó la historia de la ciudad y de toda la sociedad argentina, por eso Cromañón tiene que ser reconvertido en un museo, en un espacio de memoria.

Nos dejó algo de conciencia sobre los controles y como se manejan; sobre el tema de las coimas y los negociados que hacen los funcionarios con los espacios públicos y un poco de conciencia sobre el tema de dónde nos metemos más que nada para mi generación, los mayores de 30 años, eso nos dejó, tener en cuenta a qué espacios vamos para escuchar una banda o tomar una birra con amigos.

En general al entrar a un lugar cerrado pienso qué pasaría si se prende fuego, es estar atento. Fui a recitales después de Cromañón pero la mayoría fueron estadios abiertos, a pesar de que eso no significa que no pueda suceder una tragedia como Olavarría con el Indio Solari”.


Foto Télam


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