por Alicia Alvado
“Desde que tengo uso de razón, ya con dos o tres años, mi madre nos sentaba con mi hermano en un pedazo de madera cortada a hacha, para contarnos que somos descendientes de ‘negros marcados’, es decir, de esclavos”, cuenta a Vertientes Cirilo Reynaga.
Su madre, Josefa “Pepa” Salustriana Matías era la “portadora de la memoria” del pequeño pueblo de San Félix que es considerado la “capital afrodescendiente” de Santiago del Estero, una provincia cuya población

llegó a estar compuesta en un 70% por negros.
Por eso, en la última mitad del siglo XIX se crearon “14 localidades” de esclavos liberados y políticamente organizadas a las que inicialmente se conoció como “quilombos”.
Tuvieron un origen similar a San Félix los pueblos de San Andrés, San Roque, San José, San Cristóbal, San Gregorio, San Pedro, San Salvador, La Guanaca, La Isla, Bajo Alegre, San Isidro y San Antonio; todos en un radio de 15 a 20 kilómetros.
Tras su fallecimiento, acontecida hace tres años, Josefa fue reconocida como “historiadora oral” por la Legislatura provincial en virtud del “apasionamiento” con que se daba a la tarea de trasmitir los “relatos que había escuchado de sus abuelos” para que las nuevas generaciones no olvidaran sus raíces africanas. Y no saber leer ni escribir nunca fue un impedimento para esta tarea.
La historia que con matices contaba ella y los ancestros de los que hoy están luchando para que se reconozca por ley a San Félix como “Patrimonio Histórico, Cultural, Educativo y Turístico de la Nación”, no aparece en ningún libro de historia como el propio pueblo no aparece en ningún mapa; siendo sólo una mancha de urbanización sin señalizar en la aplicación googlemaps.
Sin embargo, el pueblo existe y subsiste, como persiste en cada uno de sus habitantes esta historia que “es toda verbal, porque no hay nada que certifique lo que nosotros decimos”, salvo por una vieja escritura y por las tumbas del cementerio local.
“La de San Félix es una historia muy interesante que se nos ha sido negada a los afrodescendientes”, dijo Eleuterio Melián, referente de esta comunidad a nivel regional.
Como toda historia oral, la de San Félix no tiene fechas precisas y cada episodio tiene varios relatos alternativos.
Todas las historias coinciden que las cinco leguas cuadradas del poblado estaban ubicadas en medio de una enorme estancia de unas 200 mil hectáreas que pertenecía a unos ricos terratenientes de apellido Frías.
“Como la estancia era atravesada por el Camino Real, ellos tenían muchos esclavos para la servidumbre de las personas que transitaban ese camino trasladando oro a lomo de mula en un trayecto tan largo que los obligaba a tomarse algunos descansos en lugares seguros”, contó Melián en el documental “El último quilombo” de Alberto Masliah, sobre San Félix (ver recuadro) que está disponible en Vimeo on demand
Entre los esclavos de esta familia de estancieros se encontraban Julián Guerra y Felipa Iramaín, los primeros habitantes de San Félix.

“Ellos se ocupaban de atender a la hija de Frías, que cuando cumple 15 años pide la liberación de la pareja: su padre accede y además les regala una legua cuadrada de terreno en el centro de su estancia”, dijo a Vertientes.
Julián y Felipa se asientan en ese lugar, donde tienen siete hijos que cuando se casan forman allí mismo sus familias: como resultado de esto, gran parte de las 150 personas (40 familias) que hoy conforman San Félix se reconocen afrodescendientes con esta pareja como tronco común.
“Yo estoy orgullosa de mis orígenes afro”, dijo a Vertientes Irma Alderete, vecina de San Félix.
“Mi mamá contaba que su bisabuela tenía una marca en el cuerpo del tiempo de esclavitud”, agregó.
Inicialmente, el pueblo se llamó “Rosario” como el segundo nombre de Julián Del Rosario Guerra, pero posteriormente cambió al actual “San Félix”.
“El cambio de nombre es porque aparece un mestizao que se convierte en yerno del esclavo, que se llamaba Félix Alderete”, contó Reynaga que es tataranieto de esta pareja de segunda generación.
Algunos relatos hacen coincidir el cambio de nombre con el momento de su regreso al poblado, tras pelear en la campaña de norte de la guerra de la independencia y ser ascendido al grado de capitán; pero no hay correspondencia entre las fechas dado que la cesión del terreno a sus padres tuvo lugar más acá en el tiempo, en la segunda mitad del siglo XIX
“Cuando (Manuel) Belgrano andaba reclutando soldados, Félix Alderete se ofrece para ir a pelear y cuando vuelve le quieren pagar con monedas, pero él elige una mula muy buena que tenía con su ensillado, y a lomo de esa mula regresó del norte”, dijo.
Melián agrega que muy cerca de allí se encuentra “el campo de Guerra que es donde Belgrano entrena” a su ejército engrosado con “muchos negros” de la zona tras haber sido “derrotado por el desgaste que tuvo la tropa hasta llegar a la batalla”; pero “es una historia enterrada y en los archivos sólo hay una carta de San Martín a Godoy Cruz diciendo que nunca había visto guerrear como a los negros”.
“Los que vuelven con vida reciben una legua cuadrada por eso se forman 14 localidades en más de cinco mil hectáreas de monte virgen”, agregó.

Enclavado en el monte santiagueño, a San Félix se llega a través de un camino de ripio que se desprende de la ruta 34 que pasa a 17 kilómetros al oeste de allí.
Como este solo dato hace prever, la vida no es fácil en este pueblo distante 130 kilómetros de la capital santiagueña.
“No tenemos gas natural ni tendido eléctrico. Recién hace ocho meses nos pusieron paneles solares, pero el problema es que tiran muy poco: sólo nos alcanza para iluminar la casa y cargar los teléfonos celulares. Las chicas ni siquiera pueden conectar la computadora que les ha prestado el colegio”, cuenta Irma.
Tampoco hay servicio de cloaca, pero tienen agua corriente tratada en una pequeña planta potabilizadora local a partir de “dos surgentes”.
Para la atención de la salud, sólo hay una salita de primeros auxilios atendida por un enfermero; para todo lo que no se pueda tratar allí, la primera opción es El Bobadal, localidad que funciona casi como “un centro” del bloque que conforman con San Félix.
“Al Bobadal vamos en moto por un camino enripiado, pero cuando llueve no se puede pasar. Antes día por medio pasaba un colectivo que venía de Tucumán pero ahora hace 8 meses que no viene, por la pandemia”, contó Irma.
De extracción social muy pobre, “la mayoría de las familias autoproduce sus alimentos” a través de la cría de ganado –sobre todo cabras, ovejas, cerdos, vacas y aves de corral- y el cultivo de cereales y productos hortícolas; con la caza, la apicultura y la tala como complemento.
Los hombres también suelen participar como trabajadores golondrinas de las cosechas en otras provincias y localidades.
“Ahora estamos esperando aprueben los proyectos de desarrollo productivo para fabricación ladrillos, producción de miel y caprina (a mayor escala)”, explicó Melián.
Esas duras condiciones de vida hicieron que paulatinamente la localidad se fuera despoblando.
“Cuando yo tenía 15 años eran 160 familias; hoy tengo 60 y sólo quedan 40. Todos se van a Tucumán o a El Bobadal al punto que casi no hay jóvenes en San Félix. Emigran porque no tienen futuro”, dijo Reynaga.
Varias notas culturales afro que trajeron consigo los primeros habitantes de San Félix persisten aún en la memoria y las vivencias de la comunidad actual.
“Cuando yo era chico, recuerdo que en las fiestas se tocaban instrumentos de percusión como caja y tambores, y había unas negras que danzaban de una forma que hoy veo como típicamente africana, moviendo el cuerpo de un lado a otro y bailando en círculo”, apuntó.
Reynaga también rememora que cuando en otros pueblos veían venir alguien de San Félix decían “están llegando los negros ‘cabeza atada’”, o “los negros ‘pishinga’ (zorrino)” por la costumbre que supieron tener de vestirse de negro para las fiestas, con un pañuelo blanco colgando de uno de los bolsillos traseros del pantalón.
“Algunos se sienten discriminados y otros le restan importancia a nuestra historia, pero yo siento orgullo de ser de la raza negra”, concluyó.