La fuerza de las 216.000 denuncias de abuso sexual eclesiástico reunidas por una comisión investigadora independiente en Francia, demuestra la necesidad de que un mecanismo similar se inicie en la Argentina, donde poco más de 60 sobrevivientes denunciaron a sus abusadores en la Justicia, desalentados por la corrupción e impunidad.

Por Alicia Alvado
Adrián Vitali, el ex sacerdote autor del libro “Secreto Pontificio” sobre el abuso sexual eclesiástico, sostuvo que en Argentina debería armarse “una especie de Conadep” sobre la pederastía en la Iglesia para que las y los sobrevivientes “puedan acercarse a contar lo que les sucedió en la institución” como ocurrió en Francia, Irlanda y Alemania.
El pasado 5 de octubre el mundo se conmocionó con la noticia de que obispos y sacerdotes de la iglesia Católica francesa abusaron sexualmente de al menos 216.000 niñas, niños y adolescentes en los últimos 70 años, según halló una comisión investigadora.
“En Europa -sobre todo en Alemania, Irlanda, Francia- se han comenzado a generar esta especie de comisiones que no dependen directamente de la Iglesia y eso permite que las personas puedan acercarse a contar lo que no contaron durante tanto tiempo pero que lo tienen ahí latente, después de tantos años, porque no se ha resulto. Por eso la explosión en estos países, no de uno, sino de muchos casos a la vez”, dijo a Vertientes del Sur.
El escritor consideró que Francia “marca el camino que tienen que seguir todos los países” porque en las comisiones investigadoras independientes “sí se expresan las víctimas mientras que en los tribunales canónicos y en la justicia ordinaria, evidentemente no, porque hay un 1% de las personas abusadas que hacen las denuncias”.

“Lo que hicieron allá lo tendrían que hacer en la Argentina, donde sólo hay poco más de 63 casos denunciados, pero en los tribunales eclesiásticos debe haber más de 3.000 abusadores como en Francia, por ser la meca católica de América Latina”, agregó.
Por otro lado, si se hace una proyección a partir de investigaciones a nivel internacional -que indican que el 10% de los curas incurren en este tipo de delitos- “hay cerca de 650 más que están entre la comunidad, en las parroquias, en los colegios…”, afirmó Vitali.
Peor aún, con ocasión de una protesta frente a la Catedral Metropolitana en 2019, Bishop Accountability y Ending Clergy Abuse -dos de las más importantes organizaciones globales de lucha contra el abuso eclesiástico- estimaron en 1.300 el total de agresores sexuales, entre curas y monjas.
“Ojalá en Argentina se arme también una comisión independiente, una especie de Conadep para que las víctimas puedan acercarse a contar lo que les sucedió hace muchos años en la institución”.

“Porque si algo quedó claro es que desde las estructuras eclesiásticas no va a haber un gesto de colaboración porque nunca la Iglesia abrió los archivos donde están los curas abusadores, porque nunca la iglesia llevó a nadie a los tribunales, y la única posibilidad de correr el velo de la impunidad sigue siendo la decisión de las víctimas de denunciar”, agregó.
El ex sacerdote que no se acercó al tema por una experiencia personal sino conmovido por las denuncias de las víctimas, aseguró que la razón por la cual la Iglesia sigue encubriendo a los curas abusadores es que concibe a la pederastia “un pecado pero no un delito”, lo que a su vez remite al “problema con el cuerpo” propio de una institución que desde hace 17 siglos se preocupa fundamentalmente por las almas y desprecia lo demás.
“La Iglesia tiene un problema con el cuerpo desde el siglo IV, cuando el cristianismo se transforma en religión oficial del Imperio Romano e incorpora a través de San Agustín el pensamiento platónico”, sostuvo Vitali durante la presentación del libro que tuvo lugar en el Centro Cultural Awakache de La Plata.

El ex sacerdote que antes coescribió “Cinco curas: confesiones silenciadas”, recordó que para Platón “el mundo se dividía en dos: el mundo de las ideas o de lo inteligible, que era el de lo perfecto y el mundo de lo sensible, que era el de lo imperfecto” y como el cuerpo pertenecía a este último plano “era un problema”.
“Como lo importante era salvar la idea, San Agustín va a decir que el cuerpo es una cárcel de la que hay que despojarse para salvar el alma y con esa concepción nos embromaron la vida, porque hay mucha gente que sufrió y murió a raíz de eso, y lo sigue haciendo”, dijo.
La concepción antropológica agustiniana contrasta con la de Jesús de Nazareth, que lo que plantea es “la unidad existencial del hombre” ya contemplada por el Antiguo Testamento, pero a partir de fines del siglo IV “la Iglesia deja la concepción semita y asume la griega”
“En el siglo XII se da la expresión más tremenda del desprecio por el cuerpo, que es la Inquisición”, afirmó.

El escritor aseguró que “la concepción antropológica es fundamental para la concepción de Dios” porque “si yo concibo que mi cuerpo es malo, que tiene inclinación al pecado y que es débil; la visión de dios que voy a tener es de un dios disciplinador que me persigue por todos lados”.
“Para la Iglesia abusar a un niño no es grave porque el abuso sucede en el cuerpo y, como el cuerpo es malo, basta con la confesión y ahí se resuelve el problema, porque además está también el gran principio cristiano de ‘poner la otra mejilla’”, dijo.
“Si fuese grave, merecería la sanción más grave del código de derecho canónico, que es la expulsión, pero a la mayoría de los curas procesados (por abusos) en los tribunales canónicos no los expulsan y reciben una pena benigna, como permanecer un tiempo en las cárceles de la iglesia, que son monasterios y casas de retiro espiritual”, apuntó
Y si el abuso no es un delito sino un pecado “el poder para resolverlo lo tiene la Iglesia y no tiene por qué ir a pedir sanciones a nadie más”, como a los tribunales ordinarios.
“Es la única institución que para ser socio tenés que renunciar a una parte de tu cuerpo, que es la sexualidad”, contó.
En ese sentido, Vitali recordó cómo siendo seminarista lo hacían dormir con un cilicio o cinturón de metal dentado para reprimir sueños eróticos.

“Es una lógica perversa porque lo único que tenemos para transitar esta vida es el cuerpo, es lo más lindo que tenemos, nuestro vehículo de relación y si ese cuerpo pequeño es adulterado, humillado se hace más difícil seguir”, agregó.
El ex sacerdote aseguró que “la Iglesia en algún momento tiene que blanquear que tiene un problema con el cuerpo porque es un tema peligroso”, al tiempo que opinó que debería “eliminarse la confesión privada y personal de los niños” para librarlos de una situación en la que quedan solos y a merced de los sacerdotes, sin posibilidad de contar lo que allí ocurra en virtud del secreto propio de este sacramento.
“Actualmente, un niño de 7 u 8 años que va a tomar la comunión tiene que confesarse ante una persona que no conoce y que le dirá que después no puede contar a su papá y mamá, y lo que no podés contar a tu papá y mamá siempre es algo malo. ¿Qué hace un niño pequeño reconociéndose culpable cuando nuestra legislación dice que recién a los 12 años a una persona puede empezar a caberle culpa o declararse culpable?”, se preguntó.

Y, por otro lado, se sabe que “el 95% de los curas abusadores usó la confesión para indagar sobre la sexualidad del niño, su condición social, si los padres eran separados, si la madre trabajaba, si quedaba solo”; es decir, “hicieron espionaje en la confesión”.
A su turno, el abogado querellante del caso Grassi, Juan Pablo Gallego, afirmó que “lo tremendo es que no sólo nada ha cambiado” desde esta emblemática causa, “sino que se han reforzado las estructura que permite que ocurran y que la institución no asista a las víctimas”.
Fundador de la Fundación Felices los Niños donde captaba sus víctimas, el sacerdote Julio César Grassi fue condenado por la Justicia argentina a 15 años de cárcel por abuso sexual infantil y corrupción de menores en 2009, siete años después de que los abusos fueran revelados por una investigación periodística. No obstante, la condena se hizo efectiva recién en 2017, cuando la Corte Suprema confirmó el fallo.
“Me ha tocado varios casos de víctimas creyentes, que lo mínimo que esperan es que la Iglesia pida perdón, pero esto tampoco ocurre”, dijo.
Fundamental para que esta situación se prolongue es la vigencia del Concordato de 1966 entre el Vaticano y el Estado argentino que “le permite (a la Iglesia) hacer una suerte de auto juzgamiento, llevar adelante juicios canónicos” como primera opción.
“La causa Grassi fue el inicio, a los sobrevivientes que vinimos después nos allanó el camino y la causa del Instituto Próvolo fue un antes y un después porque a partir de ahí mucha gente se animó a denunciar”, dijo, por su parte Julieta Añazco de la organización Iglesia sin Abuso.

Miriam Lewin, co conductora del programa de TV que reveló el lado más perverso de Julio César Grassi, aseguró que la Iglesia “realmente parece una suerte de asociación ilícita, con muchísima protección y muchísima influencia” pero también capaz de desplegar un nivel de “violencia” sobre las víctimas y el equipo periodístico que investigaba el caso “que no se equipara a la que sufrimos cuando investigamos narcotraficante o la corrupción policial”.
“Nunca tuvimos tanto miedo, nunca fue tan violenta la represalia, nunca nos enfrentamos a un enemigo tan poderoso que tuvo a su servicio un ejército de los abogados más caros de la Argentina y a la mayoría de los medios defendiéndolo”, dijo esta periodista actualmente al frente de la Defensoría del Público de Servicios de Comunicación Audiovisual.
Por otro lado “hay ingentes pruebas que la iglesia protege pedófilos, protege a los pastores que hieren a las ovejas y abandona las ovejas, lo cual es absolutamente inaceptable”.
En ese sentido, Lewin consideró que es “indispensable” la apertura de “un centro de asesoramiento a víctimas de abuso eclesiástico” dadas sus “características diferenciales”.

La segunda periodista del panel de presentación del libro "Secreto Pontificio", Paula Bistagnino, aseguró que el poder de la Iglesia se revela en el hecho de que ningún fiscal haya pedido el allanamiento de un obispado para saber cuáles son los casos de abuso que están tramitando los tribunales canónicos e investigarlos también, a pesar de que “en el Concordato no hay nada que diga que no pueda hacerlo” sólo “hay poder” que es simbólico pero también “material y temporal”.
“El Papa supo y sabe (de los abusos), que están permitidos o perdonado -está clarísimo-, aunque no sé si legitimado”, dijo.
Una formación que “hace que ciertas cuestiones no sean vistas como algo terrible a ser denunciado, más la complicidad, más el silencio, más la verticalidad, más el miedo, la jerarquía, el poder real y el poder simbólico… hace que todo este silencio funcione”.