
por Pedro Fernández Mouján
A comienzos de la década del 70 hubo un país, un mundo y unas gentes que hicieron posible un cristo verde. El sacerdote Jorge Adur encargó a Beatriz Hereñú y a María Fernández Mouján la realización de un cristo para la capilla Nuestra Señora de la Unidad en torno de la cual congregaba una comunidad cristiana de señas particulares. Ese cristo, que constó de seis bloques de arcilla fue amurado al altar del templo y cuando el terror de la dictadura arrasó la Argentina el Obispado de San Isidro decidió retirarlo y le fue devuelto en una caja, pedazo por pedazo, sin roturas ni daños, a María. Después de tenerlo consigo algunos años, María decidió repartir las partes de ese cristo entre antiguos miembros de esa comunidad religiosa del barrio de La Lucila para que lo guarden y cuiden cada uno, con la promesa de reunir otra vez las partes cuando eso fuera posible.
Este sábado 8 de abril a las 10 de la mañana ese cristo verde, después de más de 40 años, será reinstalado en el Espacio de la Memoria de la exEsma, por donde pasaron y fueron desaparecidos muchos de aquellos creyentes que formaron parte de la comunidad de Olivos, como también se la llamaba.
Esta es la historia del Cristo Verde.
Nace el Cristo Verde
"A los 18 años, cuando terminé la escuela conocí a Jorge Adur y la vida de esa capilla; éramos jóvenes que nos empezábamos a acercar a la militancia. En mi caso y en el de muchos otros, todo eso sucedió en torno de esa capilla y después con la misma raíz de esta idea de cambiar el mundo y con la esperanza del hombre nuevo cada uno políticamente fue ubicándose en distintos lugares, pero en esa capilla pasó esto", cuenta María Fernández Mouján, una de las creadoras del Cristo Verde, a Vertientes del Sur.

"En un momento -continúa el relato de María- Jorge se entera que Beatriz y yo hacíamos cerámica y nos propone la idea de hacer un cristo para la capilla. El cristo que nos propone Jorge no debía ser un cristo tradicional, él nos pidió determinadas cosas: quería que tuviera la misma tonalidad del techo de la capilla que era de cobre oxidado y remitía a las carpas de la Antigüedad de los cristianos; no quería un rostro lindo sino con fuerza, que tuviera manos grandes de obrero, que se le notara el hambre que padecían los pueblos, por eso lo hicimos con las costillas marcadas y la panza, y también nos pidió unos pies grandes, que hicieran alusión al caminar".
"La cruz está hecha en arcilla chamote, fuerte, resistente y el color marrón de la cruz es óxido de cobre; para el cuerpo, sobre el óxido pintamos con esmalte blanco que al fundirse en el calor dio un verde como jaspeado. Lo hicimos en el garage de mi casa entre 1972 y 1973 y cuando estuvo listo Jorge lo hizo amurar en la pared del costado del altar de la capilla", cuenta María.
La comunidad de La Unidad
La capilla de los padres Asuncionistas de Olivos estaba localizada en el barrio de La Lucila. El espacio constaba de unos 40 a 50 metros sobre la calle Paraná y otros 30 sobre la calle Monteverde, con la que hacía esquina. El ingreso era a un patio que funcionaba como atrio sobre la calle Paraná y hacia la derecha estaba la capilla, mientras que hacia la izquierda se extendía un jardín, de frente se ingresaba al edificio donde había unos salones destinados a reuniones y luego comenzaba el seminario. El lugar se inauguró en la década del 40 y fue de los Asuncionistas hasta mediados de los 70. Primero tuvieron un seminario menor para chicos pupilos entre 8 y 12 años, luego un seminario de jóvenes y hacia fines de los 60 instalaron allí la Casa de Formación de los Asuncionistas, destinada a aquellos que comenzaban los estudios teológicos para consagrarse como sacerdotes. Años después de haber sido ordenado cura, en Chile, la congregación envía a Jorge Adur como director del seminario.
"Todo lo que sucede y se conforma en esos años alrededor de Adur está en el marco del contexto del movimiento de sacerdotes del Tercer Mundo, la fuerte presencia de la Teología de la Liberación en la iglesia y los movimientos políticos de liberación de América", cuenta a Vertientes del Sur Gerardo Burton, que fue seminarista asuncionista varios años, luego renunció, y más tarde se casó con María Fernández Mouján.
"La Teología de la Liberación tuvo por esos años una gran división, de un lado se van capillas más cercanas a la izquierda con vínculos con el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) y la mayoría opta por el Peronismo".

"Eran momentos -continúa Gerardo- de una gran ebullición cultural, política y social de la cual esa comunidad fue promotora. Además del trabajo con los vecinos, en el seminario se organizaban charlas con sociólogos, filósofos y personajes de la militancia política y social. Hubo un ciclo de cine organizado por Raymundo Gleyzer, Carlos Cullen daba filosofía, Roberto Carri hablaba de sociología. Fueron tres o cuatro años de mucha ebullición, a tal punto que a fines de 1973 el obispo de San Isidro, Antonio María Aguirre, empezó a mandar gente a que grabara las homilías de Jorge para saber qué decía."
"Todos los que estudiábamos ahí -recuerda Gerardo- éramos jóvenes de 20 años para arriba que teníamos una política e ideología en ciernes y crecimiento y para los que la figura de Jorge fue fundamental. Para mí fue como un padre espiritual, y de hecho la gente decía 'la comunidad de Adur', era un tipo muy indisciplinador, te hacía ver las cosas desde un punto de vista totalmente contrario al pensamiento común de la clase media".

"Hacia adentro, la vida de la comunidad que conformábamos curas y seminaristas implicaba tener una manera de ver la vida pero también desarrollar una práctica creativa que servía para la oración y para ver que es posible una vida en comunidad en una sociedad como esta. Eso era a la vez una utopía y una realización."
Gerardo Chiara es hijo de Juan Carlos y Amelia, ya fallecidos, para 1970 tenía entre 9 y 10 años y recurre a su memoria: "Tengo recuerdos de haber estado en la Unidad mientras se construía el templo y haber participado de algunas misas todavía sin cerramientos, cagados de frío, y después recuerdo el Cristo Verde en el altar. Era un todo: el cristo, la iglesia, la comunidad", cuenta.
"Mi registro de eso -señala- es haber ido creciendo dentro de un grupo donde se disentía y se discutía mucho, el compromiso era muy fuerte y, si bien había un común denominador y Jorge y los seminaristas eran los que le daban un marco conceptual a lo que pasaba dentro de la comunidad, había mucha diversidad entre los componentes; había diversidad etaria, social, ideológica. Jorge tenía un liderazgo fuerte, pero había espacio para distintas miradas".

"Otra cuestión destacable -agrega- es que había un sentimiento de hermandad entre la gente más comprometida, que para mí es lo que permitió que exiliado primero y desparecido después Jorge y muchos seminaristas, eso que se había formado sobreviviera en una comunidad que trataron de limpiar de un plumazo y no pudieron. Cuando los Asuncionistas se van de La Unidad, el lugar quedó un tiempo sin un sacerdote asignado y la gente hacía celebraciones de la palabra para que la comunidad no se desmembrara; ahí estaban mis viejos, Raquel y Gastón Bordelois, María y Gerardo Burton, Elba y Oscar Giorgiutti, Mirella y José Maceda, Pepo, lo que se había construido en esos años fue lo que terminó después sosteniendo de manera casi autónoma la comunidad", relata Chiara.
Diáspora, desaparición y violencia
"Por presiones del Obispado de San Isidro, la Congregación de los Asuncionistas saca a Jorge Adur de La Unidad y abre una nueva casa de formación que funciona en un barrio obrero de Villa Tesei durante 1974 adonde van Jorge y los seminaristas Luis Ramón Rendón, Paul Schmolders y Héctor Sosa. En 1975 el seminario se cierra definitivamente y ese año Jorge abre una nueva comunidad en el barrio Manuelita de San Miguel con los seminaristas Raúl Rodríguez, Carlos Di Pietro y Luis Ramón, que venía de Villa Tesei", cuenta Gerardo Burton.
"El 4 de junio de 1976 un grupo de tareas de la Marina va a la casa de la Manuelita a buscar a Jorge Adur y se llevan, detienen y desaparecen a Raúl y Carlos, se trata del mismo operativo que levanta antes a Juan Isla Casares (exseminarista de La Unidad) y a la catequista Fernanda Noguer, también desaparecidos. A Jorge no lo encuentran porque ese día se había quedado a dormir en el Centro. Yo me salvé porque me pararon a dos cuadras de Manuelita y me dijeron que me fuera que estaba la Marina, iba a festejar mi cumpleaños con ellos", relata Gerardo.

"Después de La Manuelita Jorge se esconde en el monasterio de Los Toldos y por gestiones con el nuncio apostólico lo sacan del país y lo llevan a París. En París vive en una casa del arzobispado hasta que con la contraofensiva montonera es uno de los que vuelve a la Argentina, él tenía que salir a Brasil desde acá para llevarle una carta a Juan Pablo II. Lo agarran antes de subir al micro y ahí desaparece, pasando por Campo de Mayo".
"Para mí lo de La Unidad y lo que se conformó alrededor de Jorge fue un anticipo importantísimo de una comunidad abierta, algo digno de ser vivido", cierra Burton.
El cristo se reparte
En la introducción de “Semblanza del Cristo Verde”, Gerardo Burton señala que en 1976 "en plena dictadura cívico-militar, un sacerdote designado por las autoridades eclesiásticas repuso la imagen anterior de Cristo y la colocó en un lugar de mayor jerarquía (respecto del Cristo Verde). En 1981, otro sacerdote consideró que el Cristo Verde no movía a la piedad ni incitaba a la oración, por lo cual fue retirado de la pared donde estaba emplazado. Los fragmentos quedaron en una caja hasta que en la Semana Santa de 1982, se los entregaron a María por ser co-autora de la imagen”.
“Ahí lo guardamos -cuenta María- hasta 1987 que es el año en que con Gerardo nos venimos a vivir a Neuquén, nos pareció absurdo que estuviera guardado y pensamos entonces en repartirnos las partes del cristo entre algunas personas que habíamos formado parte de esa comunidad".
"Hicimos una reunión en agosto de 1988 donde estuvieron Juan Carlos y Amelia Chiara, Raquel y Gastón Bordelois, Mary y Esteban Pereyra, Luciana y Osvaldo Marré y Pepo Lemos. Ese día cada cual se llevó una parte. Fue una reunión muy íntima, como de celebración entre los que estábamos ahí, y quedamos en que si en algún momento se daba la posibilidad de que se volvieran a juntar todas las partes, lo haríamos, que nadie era dueño de esa parte que se llevaba".
María y Gerardo se quedaron con la mano derecha; Pepo y Mariana con la mano izquierda; Juan Carlos y Amelia con la cabeza; Mary y Esteban con la barriga;
Luciana y Osvaldo con el tronco inferior y las piernas; Raquel y Gastón con los pies.
Cuenta Gerardo Chiara: "Mis viejos se quedaron con la cabeza que la tuvimos en el living de mi casa, en un lugar central y tenían también el cáliz, que habían hecho María y Beatriz y que era con el que Jorge celebraba la misa. Primero falleció mi hermano y dos años después, en 1995, mi viejo y mi vieja falleció en 2010. Cuando muere mi mamá vaciamos la casa para alquilarla y mi hermana Magdalena se quedó con la cabeza del cristo y la puso en su casa, mientras que yo me quedé con el cáliz".
"Para nosotros -relata Chiara- La Unidad era como nuestra familia, de chicos en Nochebuena íbamos al atrio de la capilla y festejábamos ahí".
La reunión
"Hace algunos años -cuenta María- alguien que no era de la capilla pero conoció la historia de La Unidad, que trabaja en este grupo interreligioso nos propone participar con el cristo de los vía crucis que ellos arman en pascuas. En 2020, llevé la mano que teníamos nosotros. Fui al espacio de la memoria y se la entregué a Fátima Cabrera y le propuse al resto del grupo llevar todas las partes del cristo al espacio de la exEsma. Viene la pandemia y nuestra parte quedó ahí, entonces cuando se libera otra vez el movimiento les proponemos al resto que tenían las partes que se vuelva a juntar el cristo en ese lugar. Así fue como a lo largo del año pasado en distintos momentos se fueron acercando las partes: los hijos de los Chiara, Mary y Luciana llevaron sus partes, Pepo una vez que viajó de Bariloche durante el año llevó su parte, después yo fui con Raquel Bordelois y ahí se terminó de completar y quedó en el Espacio Interreligioso Patrick Reis. Ellos ocupan lo que fue la capilla de los milicos dentro de esos edificios nefastos de lo que fue la ESMA, y ahí ahora quedó el cristo", dice María.
Gerardo Chiara: "Me parece muy trascendente que las piezas se hayan mantenido y que cada uno las haya preservado como partes de un todo que nunca se rompió. Cuando María y Gerardo volvieron a llamarnos para que reuniéramos otra vez el cristo fue como que se movieron las cenizas de un fuego que todavía estaba encendido".
"Un poeta amigo de Neuquén que estudió mucho a Arguedas -cuenta Burton- dice que el Cristo Verde es como el Inkarri, la leyenda inca que habla de una figura que concentra el poder del pueblo que lucha y es vencido y lo reparten y después de un largo tiempo se vuelven a reunir sus pedazos y eso significa como una nueva posibilidad de liberación para ese pueblo".
"Cuando hicimos el Cristo Verde -cuenta Beatriz Hereñú, otra de sus creadoras- queríamos que representara a los excluidos y a los más vulnerables de la sociedad. Todos estábamos trabajando en diferentes frentes con la esperanza de construir una nación y una Latinoamérica más justas y fraternas.

Y en esa lucha muchos cayeron, fueron perseguidos, torturados, asesinados, desterrados, desaparecieron… De cierta forma el Cristo Verde también fue una de las víctimas. Lo desmembraron, lo aprisionaron en una caja, lo desterraron. Por eso la 'resurrección' del Cristo Verde en este espacio de memoria representa a los que ya no están pero siguen presentes en nuestros corazones y nos acompañan en nuestra permanente resistencia contra las injusticias, nuestra esperanza renovada en un mundo menos desigual, con más oportunidades y recursos para todos, con respeto a las diferencias y principalmente con más amor".
María concluye: "Para mí es muy fuerte que quede en este lugar porque por acá pasaron Carlos Di Pietro y Raúl Rodríguez, una de las calles del espacio de la memoria tiene una fotografía y un relato de Juan Isla Casares que está desaparecido, fue seminarista de La Unidad y estuvo en la ESMA; Jorge Adur es un desaparecido de la dictadura. Que el Cristo Verde se junte en este lugar por donde pasaron compañeros y compañeras de nuestra generación es muy fuerte y acá tiene que quedar”.
Compañeras y compañeros que fueron parte activa o tuvieron participación en algún momento de la comunidad de Olivos y están desaparecidos son Roberto van Gelderen (militante), Cristina Aldini (militante, secuestrada en ESMA y luego liberada); María Fernanda Noguer (militante política y de Cristianos por la Liberación), Alejandro Sackman (militante político y de Cristianos por la Liberación), Juan isla Casares (exseminarista, militante político y de Cristianos por la Liberación), Marcos Cirio (hermanito de Foucauld), Jorge Flaccavento (exseminarista y militante político), Cristina Escudero (artista plástica y militante política), Francisco Blaton (estudiante y militante político), Esteban Garat y Patricia Dixon (militantes políticos), Jorge Adur (sacerdote asuncionista, director del seminario de esa congregación y militante político), Carlos Antonio di Pietro y Raúl Rodríguez (religiosos asuncionistas), Carlos Alberto Robert (militante político), Rodolfo Casares (militante político), Ana González (militante política), Pablo Van Lierde (militante político, asesinado por la Triple A)

El Cristo Verde quedará instalado este sábado 8 de abril en el espacio interreligioso Patrick Rice de la ExEsma luego de un via crucis que se desarrollará allí a partir de las 10 de la mañana.