Relatos y debates abren nuevos interrogantes sobre Malvinas a 39 años de la guerra

…Porque el que estuvo al frío mucho tiempo quiere estar quieto,
quedarse al frío temblando y dejarse enfriar hasta que todo
termine de doler y se muere.
Rodolfo Fogwill
por Pedro Fernández Mouján
Es Rodolfo Fogwill quien elabora un minucioso tratado analítico sobre el hielo, la soledad, el frío y la distancia en Los Pichiciegos, el relato más cercano sobre lo que fue o pudo haber sido la vida en Malvinas entre el 2 de abril y el 14 de junio de 1982, una guerra que terminó de astillar fantasiosas y cristalizadas concepciones sobre la identidad y la dignidad argentinas.
El conflicto militar que fue el último estertor y cuya derrota abrió paso al ocaso de una sangrienta y racionalmente alucinada dictadura militar evoca las mayores tristezas y los peores fantasmas, cada vez que se recuerdan los días en el frente y el aterrador silencio y distancia al que fueron arrojados los combatientes una vez que volvieron al continente, construyendo entre el conflicto bélico y la posguerra un tejido indisolublemente ligado, imposible de desenredar y que lleva dentro de sí las calamidades de los destinos trágicos.
"Malvinas es, me apena mucho decirlo, el fondo agrio de una sopa que no se termina nunca", dice con lucidez devastadora Fabián Díaz, dramaturgo, actor y director teatral, hijo de un excombatiente de Villa Ángela, Chaco, y que escribió Los hombres vuelven al monte, una obra teatral poblada por los fantasmas de un combatiente que regresa de la guerra pero continúa en el continente su incesante huida de una trinchera solitaria y aterradora.
"Malvinas -agrega durante una charla con Vertientes del Sur- es una parte por el todo de lo que no podemos como país: obtener soberanía política, territorial, económica y discursiva. No tenemos ni el dinero, ni las armas, ni la psiquis para recuperar esas tierras. Y, a decir verdad, dudo de que las queramos, dudo de que sepamos qué significa habitar esas tierras; dudo de que ese sentimiento de soberanía exprese algo más que una miopía patriótica”.
"Son nuestro patio trasero lleno de cuerpos sin vida, como gran parte de nuestro territorio. Ese patio de huesos me recuerda que soy hijo de un pibe que fue a la guerra y nunca volvió. Ese patio que le recuerda al Estado -y el Estado somos todos- su responsabilidad sobre la vida arrasada durante los meses de abril, mayo y junio de 1982”, destaca.

Para Andrea Rodríguez, doctora en Historia de la Universidad de La Plata e investigadora del Conicet, "Malvinas fue un tema menor en la posdictadura”.
"Durante años nadie se preocupó por pensar la situación de los excombatientes, pasaron a ser un personaje menor de la historia. Lo que distinguió la posguerra es el silencio, ellos no tenían habilitado el lugar para sus testimonios porque ellos y sus relatos venían a recordar esa guerra a la que gran parte de la sociedad había adherido y de la que ahora se avergonzaba”, precisó a Vertientes del Sur
"La poca cantidad de políticas de Estado destinadas a los combatientes durante gran parte de los 80 tiene que ver con la imposibilidad de hacer frente y resolver esa guerra, ante lo cual se elige silenciar el conflicto", destacó la autora de Apostadero Naval Malvinas, que investigó también las luchas por la memoria de la guerra en Bahía Blanca y Neuquén.
"En relación con Malvinas hay un mayor reconocimiento desde los 2000 en adelante por la vuelta a la identidad nacional que comienza a surgir a partir de la crisis del 2001; ahí aparece por primera vez una reivindicación de la causa, de los combatientes y aparecen políticas de reconocimiento, que de cualquier modo no implicaron repensar el ocultamiento y el silenciamiento previos”, destacó.

Federico Lorenz, historiador que iniciado el siglo 21 fue uno de los primeros impulsores de un análisis histórico de la guerra que complejiza su comprensión y lo sitúa dentro de las coordenadas de la historia social y cultural, asegura a Vertientes del Sur que "el recuerdo de la guerra pone en crisis la idea de nación”.
"Al ser un significante que la guerra puso en crisis, uno advierte cómo las diferentes miradas regionales hablan de distintas argentinas también. Malvinas es un reclamo nacional pero con anclajes regionales no siempre convergentes", señaló.
Autor de Fantasmas de Malvinas; La llamada. Historia de un rumor de la posguerra de Malvinas; y Las guerras por Malvinas, entre otros trabajos, Lorenz remarca que "las Malvinas son un archipiélago en el Atlántico Sur, lo cual debería hablar en términos experienciales de una cultura marítima que creo no tenemos”.
“Hay una serie de mecanismos que permiten explicar por qué: el sector social que encabezó la llamada organización nacional a finales del siglo 19, la destrucción de la marina mercante en la década del 90 del siglo 20, la tardía presencia estatal en lo que hoy es la Patagonia y cuestiones más pedestres como ciertos usos sociales, el tema de que el mar sea solamente un lugar de veraneo; entonces es bastante paradójico, porque hablamos del despojo de las riquezas marítimas argentinas pero no tenemos una cultura marítima, nos falta ese aspecto en lo que son las representaciones de lo que es la Argentina”, precisa.

El debate historiográfico
Identidades en crisis, fantasías quebradas, la misma coyuntura política y los posicionamientos personales durante un conflicto, que puso en juego "reivindicaciones nacionales" de larga data e incorporadas a través del acervo escolar, ponen en jaque también a la historiografía al momento de abordar este acontecimiento de la historia reciente.
En su trabajo académico Por una historia sociocultural de la guerra y posguerra de Malvinas, Rodríguez distingue tres aproximaciones historiográficas al conflicto del Atlántico Sur y sus efectos posteriores.
Por un lado los análisis tradicionales de la vieja historiografía militar, en general a cargo de sectores pertenecientes o vinculados a las fuerzas armadas y que rescatan la idea de la gesta nacional, con análisis de estrategias y crónicas de batallas pero que evitan analizar el marco de la coyuntura inmediata y sus implicancias, descontextualizando el momento en que se produce y desarrolla la guerra.
Un segundo sector posdictadura que incluye al progresismo académico que piensa la guerra en clave política y la analiza solo como una estrategia de subsistencia de la dictadura y cuya derrota permite pensar la transición democrática.
"Esta visión se olvida de los matices y complejidades de cómo la sociedad vivió la guerra y también cómo la vivieron los combatientes", remarca.
Y por último una tercera visión surgida a partir del 2000 que trabaja desde la historia social y cultural para explicar y comprender la guerra y la posguerra a partir de las experiencias, memorias e identidades de los “sujetos en guerra”, iniciada por Rosana Guber y Federico Lorenz.

"Si bien hubo una renovación en historiografía respecto de la guerra de Malvinas que busca devolverle la especificidad a la guerra en sí misma, evita pensarla solo como estrategia política de un régimen o como sucesión de batallas en un lugar específico, aún hoy sigue siendo un estudio no privilegiado dentro del campo de la historia reciente de Argentina", destaca Rodríguez.
"La guerra -expresa- significó muchas cosas, es cierto que hubo un amplísimo respaldo social al desembarco, que se puede entender por muchas motivaciones, una de ellas la justicia del reclamo, que para algunos justificaba dejar de lado las diferencias con la dictadura mientras que otros no aceptaban esa posibilidad”.
“Para otros fue el momento en que se pudo volver a conquistar las calles: en el contexto de la guerra la dictadura permitió la movilización social y muchos actores se vuelven a apropiar de las calles para ir más allá de los intereses de la dictadura. En las movilizaciones a Plaza de Mayo también hay abucheos a Galtieri, vemos carteles que dicen Las Malvinas son de los trabajadores no de los torturadores; de modo que esa supuesta adhesión emocional irreflexiva y total sin fisuras de la sociedad ante el desembarco en las islas no es tan así y si enfocamos bien el lente encontramos mucha conflictividad detrás de esa supuesta unidad nacional”, señala la historiadora.

Lorenz hace el foco también en algunas ideas preconcebidas al señalar que "en términos de memorias de la dictadura militar, la guerra de Malvinas es mucho más significativa a escala nacional, y especialmente en algunas provincias, que la experiencia represiva”.
"Lo que quiero marcar -dijo- es que para muchos lugares del país la referencia del terrorismo de Estado es bastante más lejana que para los grandes centros urbanos, mientras que a la inversa en regiones como el Sur o localidades del Norte de donde salieron los conscriptos, la guerra de Malvinas es un hecho público fuertemente recordado de esos años, de modo que cuando uno busca referentes para pensar esos años tiene que estar muy atento a los matices regionales”.
"Creo que por todos los elementos que convoca, Malvinas habilita a dar estas discusiones en clave federal; se trata de un relato histórico todavía muy centralista que no atiende a las diferencias regionales y así nos autoprivamos de elementos para entender la cuestión”, señaló.

Los que volvieron y no volvieron
"Desde muy chico tenía la sensación de que algo en mi padre estaba ausente. Algo de él había quedado en otro lado. Iba y venía como un vapor blanco, como una niebla. Quise hablarle a esa parte ausente, supongo. Hacerle preguntas. Enfrentar al padre. Destruir al padre. Amar al padre. Vengarse del padre. Amar a la madre. Convertir al padre en una madre en carne viva", cuenta Fabián Díaz al ser consultado por los motivos que lo llevaron a escribir Los hombres vuelven al monte.
"Y porque no lo pude evitar. Escribir es muy saludable para mí. Me cura. Pero no es un ejercicio escindido de tristeza, de cierto dolor. También se llora cuando se escribe. Los hombres vuelven al monte no es una obra sobre Malvinas, es una obra sobre el dolor de ver que tu padre se desvanece. Que algo de él está roto para siempre".
"Y también -agregó- la escribí porque tengo derecho a escribirla, porque al horror hay que escribirlo, como se pueda, pero escribirlo. Hay que sacarlo afuera, sino las cicatrices no se cierran nunca. Los hombres vuelven al monte es mi cicatriz. Entre otras. Como todos, tengo muchas. Y la escribí porque hay cosas que, de otro modo, no existen, no suceden. La escribí con la esperanza de que el lenguaje, cuando no es diplomacia, hace suceder cosas”.
-¿Qué fue para vos Malvinas?
-Fue mi papá en los actos de la escuela; el grupo de excombatientes amigos de mi papá; alguna que otra historia. Aprender a tocar en la trompeta la marcha de Malvinas en la banda municipal de mí pueblo. No fue nada, a decir verdad. ¿Pero qué más podía ser que ese eco denso? Malvinas es la expresión del horror devenido locura y desesperación.
Agradezco mucho que la parte que volvió de mi padre, no me hizo parte de ese horror.
Si hubiese sido algo más que unos cuentos diluidos, el horror me hubiese mordido desde niño. Mi padre y mi madre, de alguna manera, me protegieron de eso ¿Quién se quiere acercar al horror? Yo no. Y mi padre tampoco quería estar cerca de eso. Quería estar lejos de eso. Menos mal que nunca me habló de Malvinas, más que para decirme: "Ojalá nunca tengas que ir". Gracias, pienso ahora. Gracias le digo ahora, gracias por ese enorme esfuerzo que implicó decir eso.
-¿Qué es Malvinas?
-Más o menos lo mismo que siempre. Alguna mención de alguien cerca del 2 de abril. A nadie le importa en realidad. Malvinas no rinde para la industria cinematográfica, no rinde para la iconografía morbosa de los manuales, ni para actos heroicos. Puede que yo sea muy pesimista, pero en cada homenaje veo la incapacidad de reconocer lo humillante que es todo eso para todos nosotros. Yo lo digo sin filtro: Le deben mucha plata a esos hombres y a sus familias y a las mujeres que fueron y participaron de la guerra y a las madres y a las compañeras de esos hombres que, si pudieron, los cuidaron con amor, o con lo que sea, a ellos y a sus hijos. Y digo guita, y digo mucha, porque no encuentro ningún otro aspecto relevante para compensarles: se los aniquiló, se los olvidó, se los negó, se los desplazó, se los silenció sistemáticamente durante décadas. El Estado es responsable por la administración trágica de esas vidas. Y muchos, como mi padre, ya murieron sin que el Estado le haya pedido perdón. Y no recibieron nada a cambio.
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