El 17 de octubre de 1945 marcó un hito en la historia de los trabajadores argentinos con su irrupción en la escena política del país como expresión de los intereses de una clase social que venía a decirle basta a la oligarquía. En el resto de Latinoamérica, los sectores terratenientes también se adueñaron del destino de los países pero al igual que en Argentina, encontraron una clase obrera y un campesinado que dieron a sus luchas el sentido de aquel 17 de octubre.

por Marta Gordillo
Actores clave y dinámicos en estas geografías sociales, tanto los obreros argentinos, chilenos, brasileños, uruguayos, venezolanos como los campesinos indígenas de Bolivia, México, Guatemala y de toda la región, fueron dando batalla y se convertirán en el motor que erosionó el poder de esa oligarquía que había tenido sus años floridos hacia fines del siglo 19 y comienzos del 20, y que se prolongaba en muchos países aferrada al exclusivismo y la riqueza, al autoritarismo y el racismo.
Por un lado, las décadas del 30 y 40, plenas de conflictos y contradicciones, venían marcadas también por la gran derrota de la oligarquía mexicana que le imprimió la revolución campesina en la década del 10, y por las huelgas y conquistas históricas de años anteriores en fábricas, salitres, puertos, plantaciones, ferrocarriles.
Si se dio un movimiento de la envergadura de aquel 17 de octubre argentino es porque hubo no sólo una nación en la que fue posible ese acontecer, sino que hubo un horizonte más amplio, el latinoamericano, que a su vez pudo albergar esa posibilidad porque la región estaba atravesada, si bien en forma desigual, por los embates de esa clase trabajadora que se venía erigiendo en la protagonista del siglo XX, y antagónica a los poderes de las oligarquías.
Otros diecisietes de octubre pudieron darse -teniendo en cuenta sus significaciones y procesos de construcción colectiva- a partir de la capacidad de organización y movilización del movimiento obrero, y del vínculo de los trabajadores con diferentes líderes y gobiernos democráticos reformistas, nacionalistas populares o de compromiso social.

En esas décadas estaba aún en el poder en muchos países de la región el modelo de esa oligarquía en descomposición y entregada a los dominios de los países centrales.
El 17 de octubre de 1945, que cambió definitivamente la Argentina y que se inscribe en las tensiones que barrenan estas décadas, no fue, en términos literales, él único.
Direcciones y encrucijadas de un devenir
Dos grandes concentraciones obreras y populares se dieron ese mismo 17 de octubre de 1945 en América Latina, que si bien tienen diferencias, ambas representan una línea divisoria y profunda entre la clase obrera y la oligarquía, y expresan la búsqueda de una ruptura con el pasado. Son esos dos acontecimientos, en Buenos Aires y en Caracas, donde se funden simbólicamente las luchas de los trabajadores de la región.

Son el 17 de octubre de 1945 argentino, liderado por Juan Domingo Perón, una jornada que no llega sola, que va a estar precedido por los años 30 con importantes luchas obreras y en forma más cercana por la huelga metalúrgica del 42 de 18 días con 70 mil trabajadores y la huelga de la carne del 43.
Y el 17 de octubre de 1945 en Venezuela, liderado por Rómulo Betancourt, donde un gran acto popular en la plaza de toros Nuevo Circo de Caracas va a expresar una ruptura con las políticas de la oligarquía de larga trayectoria en el país.
Podría ser anecdótica la coincidencia de la fecha y sorprendernos, pero más allá de lo anecdótico hay sentidos y direcciones.
Dos líderes, diferentes y distantes, presidieron ambos acontecimientos. Ahí hubo un lugar en el cual la clase obrera y el pueblo depositaron su confianza, sus esperanzas, su expresión antioligárquica, su trayectoria de lucha, y hubo un lugar que ocuparon los líderes, quienes desde el poder dan por primera vez nombre y visibilidad a la clase obrera y el pueblo y se erigieron como gestores, como impulsores de un gobierno de ampliación de la representación, de reconocimiento de los derechos sociales.

Frente a una multitud de medio millón de trabajadores concentrados en Plaza de Mayo, Perón invoca a la democracia, al pueblo que reclama sus derechos, y dirá que interpreta “este movimiento como el renacimiento de una conciencia de los trabajadores, que es lo único que puede hacer grande e inmortal a la Nación”.
¿Qué dijo Betancourt ese día? Betancourt era demócrata, había pertenecido a la generación del '28 venezolano de la lucha estudiantil antidictatorial, y había fundado la Acción Democrática, y dirá en ese 17 de octubre: “Somos un partido político que se ha organizado para que este pueblo que está aquí congregado, para que el pueblo venezolano vaya al poder y nosotros con este pueblo a gobernar”.
En ambos casos había claramente un discurso que incluía a los sectores populares y confrontaba con la oligarquía. Y había una clase obrera que cargaba en sus espaldas con la lucha de 50 años de enfrentamiento con ese poder conservador.
Betancourt planteaba la unidad policlasista y le habló tanto a la Confederación de Trabajadores de Venezuela cuanto a la Federación de Cámaras y Asociaciones de Comercio y Producción, una bidireccionalidad que caracterizó a los líderes ambiguamente llamados “populistas”, aunque Betancourt no entraría dentro de esa clasificación.

Los dos líderes tenían el apoyo de sectores populares y militares, y en relación con la legitimación democrática, Betancourt logra proyectar una imagen de convicción democrática tal como lo expresó en su discurso ante 20 mil personas (número significativo para la época) mientras en Argentina se modifica el sentido de la política anterior de Edelmiro Farrell, con el 17 de octubre planteando la ruptura no sólo con el pasado oligárquico, sino con la opción golpista.
El impacto fue diferente, el 17 de octubre venezolano, sobre el que se monta un golpe cívico militar al día siguiente bautizado como “revolución” y la conformación de una Junta de Gobierno presidida por Betancourt, no tuvo la misma fuerza simbólica que tuvo la gran concentración popular en Buenos Aires.
Asimismo, ese 17 de octubre en Buenos Aires producirá no sólo un giro en la historia del movimiento obrero argentino, sino que va a despertar la inquietud de proyectos más abarcadores en sectores del movimiento obrero uruguayo y brasileño que estuvieron presentes el 17 de octubre en la Plaza de Mayo, sindicalistas que ideaban formar una federación de obreros de la carne de América Latina, como cuenta el dirigente sindical y fundador del Partido Laborista Cipriano Reyes en “Yo hice el 17 de octubre”.
Sobre la figura del líder y la relación de los trabajadores con el líder, que abarca no sólo el hecho de erigirse en impulsor de los derechos sociales, o en sus reiteradas apelaciones al pueblo, o en “presentar las interpelaciones popular-democráticas como conjunto sintético antagónico respecto de la ideología dominante”, como definió el filósofo y teórico político Ernesto Laclau, sino que existen también otras dimensiones que no solo adquieren el sentido de la oportunidad histórica, social, económica frente a una “masa sudorosa”, como dijera Perón.

Esas otras dimensiones tienen que ver con el sentido de identidad y pertenencia que se construye en esa relación, con lo emocional y afectivo que atravesó la relación líder-pueblo desde las formas del discurso, desde el compromiso social.
Esos 17 de octubre simbólicos que están atravesados por la fuerza social que generó la destrucción del modelo terrateniente, adquiere en cada país sus propias singularidades constructivas, en un contexto de fuerte crisis económica mundial que revelaba aún más las limitaciones del modelo agro minero exportador y el poder oligárquico.
Los años 30 y 40 en toda la región
Los años 30 fueron en América latina una época de retracción económica -como afirma el sociólogo ecuatoriano Agustín Cueva- con un nivel limitado de reactivación de la producción de bienes de consumo. En ese marco, se dará un proceso de huelgas en los distintos países, básicamente por mejoras salariales .
Algunos hitos fueron las huelgas gráficas y de la construcción de 1935/36 en Argentina; la huelga petrolera de Maracaibo en 1936; la huelga ferroviaria nacional en 1934 en Chile; En México, entre 1929 y 1938 se produce un auge del movimiento huelguístico, tranviarios en 1935, electricistas de la ciudad de México en 1936, petroleros y ferroviarios en 1937, en medio de un clima de apoyo al gobierno de Cárdenas.

El 30, que fue un período de fuerte represión policial contra los trabajadores, también asistió en Centroamérica y El Caribe, a la revolución popular contra el gobierno de Gerardo Machado en Cuba en el 33 protagonizado por obreros y estudiantes, se produjo el levantamiento popular campesino en El Salvador en el 32 con Farabundo Martí, estalló la lucha de Augusto Sandino en Nicaragua que arremetía contra la oligarquía y los Estados Unidos, con su ejército obrero y campesino.
Traspasando estos años, el 40 traerá consigo más luchas y rupturas con aquel pasado. Una de ellas emblemáticas fue en Colombia donde otro líder generará en las masas un fuerte sentido de identificación, el liberal Jorge Gaitán.
Férreo opositor a la oligarquía y su pacto con los Estados Unidos, Gaitán será en 1948 el hombre al que le apuntará el régimen del conservador Ospina Pérez con balas de plomo. Quisieron acallar al pueblo, un pueblo que se sublevó inmediatamente y tomó las calles de Bogotá y de otras ciudades colombianas enfrentando una feroz represión que culminará con miles de muertos y que partirá en dos la historia de Colombia. Un hecho que quedó en la memoria con el nombre de “El Bogotazo”.

También en Uruguay en los 40 se produjo una masiva sindicalización con una clase obrera autónoma que protagonizará la huelga frigorífica de Montevideo en 1943, “que puso en tensión a partidos y medios de comunicación, a ganaderos y autoridades nacionales”, como destaca el historiador oriental Rodolfo Porrini Beracochea en el relato y análisis de esta huelga que involucró a 13 mil trabajadores y sus familias del barrio montevideano del Cerro.
Bolivia, Perú son países con una sindicalización minera producto de un proletariado que se fogueó al calor de condiciones de aislamiento y luchas que se asentaban en la importancia estratégica de este sector de la clase obrera.
Bolivia, que viene de la guerra del Chaco en la década del 30, asistirá en los 40 a la política de alianza del Estado con Peñaranda, los grandes propietarios y los Estados Unidos , y esa alianza será la que avanzará contra los derechos de los mineros provocando la gran masacre en el distrito minero de Catavi en 1942, donde se encuentra al sindicato de mayor influencia en el país.
Llegamos a ese 1942 tras una conflictividad social generalizada en todo el país, mineros de Catavi, metalúrgicos de Potosí , huelga general de octubre de 1941 , huelga de ferroviarios, de gráficos, de mineros, de otro estallido social que se produce a fines de octubre de ese año en la mina Cataricagua de la región de Oruro, y en marzo del 42 la huelga de maestros, y a fines de ese año la gran huelga del estaño. La lucha de la mina siglo XX en 1949 y en 1950 la huelga general de La Paz. La revolución de 1952 terminará por herir de muerte a la oligarquía.

En este contexto convulsionado y colmado de rebeldía y enfrentamientos contra el régimen terrateniente se va cerrando el ciclo de aquellas oligarquías que se consolidaron en el poder a fines del siglo 19 y que los obreros y campesinos fueron los artífices necesarios de su destrucción. Otras expresiones de un poder conservador surgirán más adelante pero serán parte, con continuidades y rupturas, de otro momento histórico.
