
por Alicia Alvado
La autopista Panamericana, entre Villa Martelli y Don Torcuato, en el conurbano bonaerense, supo ser una trampa mortal en los años ochenta y principios de los 90 para decenas de travestis y chicas trans en situación de prostitución que acudían a sus banquinas cada atardecer en busca de clientes.
Es que a la violencia homicida de muchos prostituyentes transodiantes, se sumaba la persecución letal de la policía, en plena vigencia de los edictos policiales y códigos contravencionales que criminalizaban su identidad y la prostitución callejera.
“Cuando aparecía la policía, o cruzabas la Panamericana corriendo o pasabas 30 días presa o pagabas (coima) a cada patrullero que pasaba, pero por ahí le habías pagado a tres y para el cuarto ya no tenías o resulta que te tenía que llevar igual para completar el libro (de arrestos diarios)”, contó sobre esos años a Vertientes la directora del Archivo de la Memoria Trans y una de las fundadoras de ATTTA, María Belén Correa.
Los relatos sobre violencia policial de aquellos años y las muertes de autopista son uno de los temas más recurrentes de la primera memoria trans en formato de libro que la organización acaba de publicar junto a la editorial Chaco y llega a las librerías en diciembre de este año.

“Ella murió atropellada corriendo de la policía en la Panamericana a la altura de Don Torcuato, donde trabajábamos juntas en los años ‘88/’89, para que no la lleven presa, porque sabía que (si la agarraban) iba a estar semanas adentro”, cuenta Dalma Ramallo en el libro “Archivo de la Memoria Trans” (Editorial Chaco, 2020)
Como Carol, la joven trans de la que habla Raamallo, “decenas de chicas perdieron la vida de esta forma (…) y nunca se hizo justicia”, prosigue.
“En esos años estábamos en la Panamericana porque no teníamos otro espacio para estar, era el único que la sociedad nos había dejado. Pero cuando empieza el activismo y se dan cuenta que los arrestos por los edictos de Capital eran de 24 horas solamente, huyen de la autopista”, dijo Correa.
Y si bien esto venía desde antes del ’83, “con la democracia se acrecentó”, porque a la misma policía que no podía arrestar masivamente y torturar a la población en general, “les permitieron seguir haciéndolo con nosotras, como parte de una ‘limpieza social’ que los tuviera ‘entretenidos’ y además les permitiera recaudar en coimas”.
“Al cruzar la ruta corriendo, un auto la mató a la Carol como a tantas amigas mías y compañeras de esa época. Fue para febrero creo, porque nosotras con Marcela ‘La Rompe’ y Liliana, fuimos a los corsos ese fin de semana: así que salimos el sábado, pero el domingo estuvimos en el velorio y a la noche de vuelta al corso a bailar como si la vida siguiera porque sabíamos que la próxima podía ser una de nosotras”, cuenta Ramallo en el libro.
Otro testimonio fuerte en ese sentido es el de Carla Pericles.

“Doy vueltas y no la encuentro. Sigo dando vueltas y nada de ella. Me voy a mi casa. Al otro día, cuando llego a buscar compañeras para (ir juntas en) el remisse (a la autopista), me dicen que a la Robotina la mató un coche. Quedé fría. No me salían las palabras. Eso fue un shock para mí”, dijo.
Pero la Pamericana no era la única autopista del área metropolitana donde las trans morían atropelladas escapando de la policía, aunque estos casos tuvieron menor visibilidad.
“Nos subíamos a la autopista Ricchieri y cuando veíamos que venía la policía, nuestra única alternativa era cruzar al guardarraíl del medio. Cruzábamos 8 carriles juntas, pero no a la par, mirando siempre de frente a los autos. Había veces que llegábamos a tres carriles y había que retroceder de nuevo a la banquina, esperar el momento justo (…) para poder cruzar, teniendo en nuestras espaldas a los policías a los tiros para amedrentarnos y que no crucemos porque ellos no lo hacían. Ése era su límite”, cuenta Luisa Lucía Paz en el libro.
“Una de esas tantas veces que nos corrían pasó lo no queríamos que ocurriera: éramos cuatro corriendo para cruzar la autopista (…) Cuando llego al medio, siento un ruido fuerte a mis espaldas. Automáticamente miro hacia atrás y veo que en el carril de la izquierda, donde los autos van a mayor velocidad, uno la levanta por el aire a la Katy (…) Me tapé la boca, no pude atinar ni a gritar ni a llorar porque debía seguir corriendo, a la mano contraria. Mientras corría (…) sentía el ruido de otros autos que no pudieron frenar y le pasaban por encima”, agrega.
La extrema violencia a la que se veían expuestas y las constantes noticias de travestis arrolladas en la Panamericana, motivó que en 1992 el Nuevediario les dedicara una serie de notas.

“Cuando inicio este viaje generalmente llevo miedo porque no sé si vuelvo a mi casa. La verdad, no sé lo que me puede pasar por eso trabajo sólo hasta las 10 de la noche”, contaba una chica trans, Mariel, al periodista Julio César Caram, al ser entrevistada a bordo del remisse que la llevaba de su casa a su parada en Panamericana.
Oriunda de Nogoyá (Entre Ríos), Mariel cuenta que ese miedo obedece a que “en el lapso de unos meses han muerto 13 travestis”, entre ellas su amiga Gina Vivanco de 33 años, que fue ultimada con un arma del calibre propio de las fuerzas de seguridad.
Dos años después fue asesinada la travesti tucumana y activista de ATTTA Mocha Celis de un balazo en la cabeza y todas las sospechas recayeron en el personal policial de una comisaría de Flores desde donde le llegaban constantes amenazas.
En el 2.000, en tanto, la policía cordobesa torturó hasta la muerte a Vanesa Ledesma, una travesti militante de ATUC (Asociación Travestis Unidas de Córdoba) cuyo crimen sigue impune.
Vale decir que las travestis no sólo escapaban de días de arresto, sino de la posibilidad de que las ultimen en un calabozo o allí mismo, a la luz de estos casos de violencia institucional letal que desplegaban sobre todo contra las que denunciaban los abusos y los pedidos de coimas.
Esta violencia policial es la que obligó a María Belén Correa a irse del país en 2001, y obtener finalmente el asilo político en Estados Unidos en 2004.
Correa explicó que “me tuve que escapar de Argentina porque me enfrenté a la policía y su ‘caja chica policial’” –la que hacía cada patrullero con los “50 pesos/dólares que le cobraban a cada persona trans que caminaba por la calle-, “cagándole el ascenso a varios”.
“Me tenían preparado algo grande e iban cayendo cada vez más cerca; y a los pocos meses la encarcelaron a mi amiga Pía Baudraco, que estuvo 5 años presa”, contó la activista que actualmente vive en Alemania.

La principal herramienta que le permitía a la policía actuar de esa manera fueron los edictos policiales en la Ciudad de Buenos Aires y los Códigos Contravencionales en el caso de la Provincia de Buenos Aires (Ver recuadro): los primeros fueron derogados en 1998 y el Código bonaerense 10 años después, pero la violencia policial continuó.
Recién en los últimos años, con la sanción de la Ley de Identidad de Género y otras normas de reconocimiento de derechos para el colectivo LGBT+, el fenómeno de la violencia institucional inició un retroceso.
Al menos eso es lo que se evidencia en el libro “La revolución de las Mariposas” (Ministerio Público de la Defensa, 2017) que actualizó el informe sobre la situación de la comunidad travesti de Argentina contenida en el libro “La gesta del año propio” (2005): la cantidad de encuestadas que dijo haber sufrido violencia policial pasó del 87,7% al 65,7% en 10 años.
Del total de las encuestadas que en 2016 dijeron haber sido víctimas de violencia policial, el 83,8% fue detenida ilegalmente. En orden de frecuencia, las otras agresiones mencionadas fueron los insultos (69.4), la exigencia de coimas (49.5%), las golpizas (42.3%), los robos (29.7%), abusos sexuales (26.1%) y la tortura (25.2%).
Respecto a señalizar algún sector de la banquina de la autopista Panamericana como mojón de la memoria sobre el genocidio travesti, Correa explicó que “en su momento lo hablamos con los creadores de Baldosas por la Memoria” y es algo pendiente, pero “es tanto lo que hay para hacer que no se llega a todo”.
